domingo, 25 de noviembre de 2012

"El cara libro de las urgencias" en ESCRITURA DE URGENCIA, Gisela Mancuso




El caralibro de las urgencias

[…] Y esto no debe sorprendernos: la destrucción de la
intimidad y la vida interior, ante todo la del adolescente, es una
condición sine qua non para su adiestramiento posterior como
títere del mercado y cliente fiel de la farándula. […] Implican
una fiera voluntad de arrasar al otro en su fuero íntimo, el propósito
de instalar el corazón digital y la implacable velocidad
electrónica en el mundo de la mente, no acompañando sino
sustituyendo violentamente y excluyendo para siempre los
otros ritmos necesarios al corazón humano. […]”
Ivonne Bordelois, “El conflicto entre lengua y cultura”
en La palabra amenazada.

Es una rareza que exista una red en la que uno pueda encontrar
la aparente inmediatez, la urgente satisfacción de una necesidad que no
puede sino (si es que puede) cubrirse en el tiempo (y no “con el tiempo”).
Es raro y no si advertimos que esto es parte de la gran piñata consumista
del mundo en la que algunos están, estamos, insertos, aunque de
indeterminada manera. Escapamos, algunos, o respiramos por la punta
de ese gran globo. Sin embargo, “hacerse miembro” a sabiendas de que
uno no es “realmente” miembro de nada existente en términos, valga la
redundancia, de realidad, nos puede permitir decir “¿ves, yo también aquí
estoy y, aunque esto exista en esta y otra computadora, siempre y cuando
al rígido le venga en “gana”, y me adhiera, lo voy a usar para decir lo que
la distracción hace callar?” ¿La inmediatez, la aceleración, lo urgente, lo
rápido, lo violento? Es violento que nos comuniquemos mayormente
sin una boca que nos nombre. Y eso es, una boca que nos nombre. La
percepción de la vida y de la vida de los otros es una aptitud que puede
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desplegarse ampliamente a la intemperie, frente a una persona, al lado, o
a la distancia, pero no frente a una pantalla (ni que hablar de las pantallas
de televisión y sus juegos mediáticos que muestran, ¡y vaya si lo hacen!,
personas-personajes que no solo no pueden significar un modelo de ser
humano, sino que, para lo que nos interesa a quienes hacemos arte, no
pueden denotar más que las miserias humanas y hasta cuándo y hasta
dónde el poder puede más que el desarrollo del ser, del ser “personas”.)
Es paradojal ciertamente: el mismo instrumento que es un medio que
puede acercar y facilitar la comunicación y las tareas que antes requerían
de arduos trabajos, es un puente para que, desatentos gracias a sus aristas
constructivas, sustituyamos la interrelación, el intercambio subjetivo, el
irremplazable face to face. Si no estamos alerta, el río y su corriente se llevará
lo que nos insta a salir, a despegar la cola de la silla que nos instala
frente al escritorio cara a cara con la computadora, hacia el afuera, donde
está la vida y la experiencia que nutre al escritor.
Se preguntarán a esta altura (deseo que no) por qué esto es un
apunte de escritura. Porque es violentarnos permitir que un mensaje en
el caralibro de las urgencias reemplace una carta acá, allá, de puño y letra,
temblada, llena de nervios. Es cruel que un emoticón nos prive de ver
una sonrisa, a un hombre cruzando la calle con un perro y un bastón,
de chocar dos copas reales, o de ver que el que llora o quiere llorar no es
un muñequito redondo, amarillo (muñequitos redondos amarillos, todos
iguales, qué más da, ¿no?, esto conviene mucho a los que viven por alcanzar
“supremacías”).
Escribir no es solamente estar comprometido con las palabras que
hablan de nosotros en el decir de Ivonne Bordelois. Escribir es comprometerse
con el entorno, con lo que sucede en una plaza, en una esquina,
en un viaje en tren. Es armarse el propio noticiero, preparar los ojos para
cronicar la realidad. Es atreverse a que lo nuestro quede como objeto en
un mundo tangible. Una carta, escribir una carta, es una forma de desapegarnos
del letargo de la civilización cibernética. Eso, eso es. Cuando
no sepamos qué escribir, imaginemos un destinatario o pensemos en un
destinatario y escribámosle una carta. Una carta en la que la letra única
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reemplace a la pre-impresa y la imagen del otro sea una cara (y no un círculo
amarillo producido a destajo), cuyos gestos queden impregnados en
las “niñas de los ojos”, las pupilas, allí donde el otro se refleja, se mueve
y se proyecta.
Es urgente que nos posicionemos duramente. Que reivindiquemos
la función de la palabra. Y que la escribamos a partir, desde, o después
de un intercambio real con el otro. Por eso, si un día, atorados frente
a la computadora, no saben qué escribir, siéntense en un banco de plaza
y miren alrededor. Como tentáculos, todos los sentidos predispuestos,
apropiándose del aire y de los olores, de los gestos y las particularidades,
de las texturas y las formas. Y vendrá, ya vendrá, sino el libro, sí el relato,
el cuento, la poesía de la urgencia.
Como vendrá el amor para quienes lo buscan en las redes sociales
y no aparece. Como vendrá la carta, el amor, al atravesar un parque, al
aflojar el nudo de la corbata, o al cruzar las piernas.

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