martes, 6 de noviembre de 2012

Jackie Vidal "La cuarta hoja del trébol" y su anterior novela "Entre sombras"


Enmarcado por la orfandad, Cali despereza su adolescencia.  El personaje principal es como un trébol en potencia; todavía sin tallo, todavía sin hojas, germina en la tierra para asomarse tibiamente hacia la luz y hacia la verdad.  A través de esa fotosíntesis, el sol despliega sus rayos desde los dedos mismos del autor, quien cría y crea al personaje sumiéndolo en un mundo narrado atiborrado de experiencias. Cali lo toma de la mano. Jackie se deja llevar. Cree en su personaje. Crece con él. Desde su pupitre,  en el decir de Saramago, lo admira como a un maestro. En estas páginas, Jackie lo suelta, lo deja ir. Ve alejarse a ese Cali que surgió mientras él resurgía.  Ese Cali que se asomó como un tallo. Que liberó una hoja, y dos, y tres. Y ya adulto se enfatizó, arrastrando su suerte, en La cuarta hoja del trébol.
Gisela V. Mancuso



EPÍLOGO

Un rayo de sol entre las sombras

“-Y a continuación -seguí-, compara con la siguiente escena el estado en que, con respecto a la educación o falta de ella, se encuentra nuestra naturaleza”.

Platón en La República 514a.

 

“¿Vos ves? No, sólo sombras”. ¿A qué oscuridad, a qué penumbras, a qué discapacidades alude el narrador de Entre sombras? ¿Se limita a presentar al lector las vicisitudes de un personaje no vidente que se siente castigado “sin haber hecho nada”? ¿La narración se sustenta en la historia de un abogado no vidente que intenta solapar su resentimiento; lográndolo en algunas instancias de fe y de esperanza; potenciándolo, en otras, en las que la realidad le demuestra que lo que no hace la justicia ciega lo hace el hombre impotente a través de la venganza? No, en la novela de Jackie Vidal,  las sombras no se circunscriben a aquellas entre las que conviven las personas no videntes: en el accionar de su principal personaje, el narrador ilumina con un rayo de sol literario, todos los microclimas sociales, todos los grupos humanos que viven en la más extrema y peligrosa oscuridad. Denuncia, a su vez, a aquellos otros grupos que se confraternizan para exacerbar las penumbras en un afán de mantener un estatu quo que les permita preservar una posición de poder o alcanzar una mayor “jerarquía”. Es así que, en el decir del personaje principal, esa forma de alimentar el círculo vicioso de la miseria y del hambre no revela otra cosa que la discapacidad de quienes operan con esa finalidad; no revela sino que, detrás del velo de sus personalidades actuadas, sólo existe un cúmulo de carencias, acaso insalvables; más graves, sin duda, que la carencia de visión. Por otra parte, el narrador, y acaso el autor, persuade a los lectores, a ese grupo inmenso que encuentra en sus elecciones literarias una forma de acceder al mundo inteligible, invitándolos a huir de la alegórica caverna de Platón. Los incita, en este sentido, a exponerse a ser iluminados por un rayo de sol, o por muchos rayos de sol que le representen diversas verdades, relativas todas, pero que, sin duda, no son aquellas que, revistiendo el carácter de meras apariencias sensibles, se encuentran camufladas en la penumbra, entre las sombras que se reflejan en el interior de la caverna por el efecto de la luz de una hoguera. Y el narrador nos conquista: logra que, en el paseo de la mirada, renglón por renglón, nos desprendamos del marco de un paisaje dibujado, para hender los obstáculos con que se enfrenta Claudio Sánchez, un abogado no vidente, cuyos sentimientos se sindican en un intento de contrarrestar la marginación sufrida, y en una tentativa genuina de solapar la discriminación que sufren aquellos que la sociedad descarta del grupo de los “normales”. El lector, entonces, errabundea con el personaje no vidente  acompañándolo en un viaje que, por la atracción que genera cada perspectiva, no admite recreos: en cada estación, de pronto, una carencia más se ilumina, una impotencia más se potencia, una sociedad toda se nos va presentando entre sombras.

Los que ven, pero no quieren ver. Los que ven, quieren ver, y luchan para que una lamparita ilumine una oscuridad extrema. Los que no ven, e intentan insertarse en el mundo laboral, en la sociedad, y obtienen respuestas de hombres videntes que no ven nada y que, frente al bastón blanco del otro, se auto-declaran implícitamente discapacitados. Y los que lo ven todo, o casi todo (y siempre desde un punto de vista), y los enarbola el deseo por el mantenimiento de la dignidad; la exaltación del valor de la justicia sin digitaciones ni corrupciones; la asunción de las carencias y de las propias limitaciones, y la práctica ambiciosa de valores como condición ineludible para ser más capacitado, más digno, menos ciego.

En la novela de Jackie Vidal lo imperceptible está lejos de ser aquello que Claudio o Lola no pueden ver y es, justamente, lo que está delante de los ojos de un vidente y, sin embargo, no puede percibirlo. Y lo perceptible es, entonces, aquello que así se torna para los que potencian la función de la vista, para aquellos que ven más allá de los contornos porque lo miran todo explorando sus contenidos. Y es, fundamentalmente, lo que por la falta de visión, rozan, huelen y escuchan los no videntes: los otros sentidos se apropian de la visión que falta y se desarrollan de tal manera que hasta la seducción, la caricia sexual, y el acceso carnal, se vuelven más elocuentes, menos delimitados por lo que los ojos ven que por lo que las manos trazan en su movimiento y lo que ese roce produce en el propio cuerpo y en el cuerpo del otro.

La novela de Jackie Vidal es, entonces, una convocatoria a sumergirnos en una lectura en la que cada renglón será un paso menos para salir definitivamente de la alegórica caverna de Platón en la que todo lo que se ve y se refleja parece verdadero porque esa es la percepción posible entre las sombras. Poco a poco vamos saliendo de la oscuridad para enfrentarnos a la realidad sino del mundo, sí de nuestro país; sino del país, sí de nuestra carenciada Buenos Aires en la que “no todo es luminoso, muchas cosas están entre sombras”. De manera que, al igual que los prisioneros que logran salir de la caverna platónica y, al regresar, ya no pueden negar lo que vieron ni dejarse embaucar por el reflejo de figuras aparentes; leer Entre sombras puede significarle al lector la adquisición de una nueva visión, de una nueva posición irreversible frente a la realidad.

Asimismo, el narrador nos revela la disyuntiva de sentimientos que se les presentan no sólo al personaje principal sino también a todos los que, de una manera u otra, son marginados en una sociedad que, por su enfermedad y discapacidad, perpetúa el estado de indefensión de aquellos que, frente a la inoperancia de quienes son representantes de sus auxilios, cuentan con dos opciones, y tantas veces solo con una. O canalizan la bronca, y la inferioridad con que lapidariamente se los sentencia en vida, de manera de superarse y sentir la pertenencia, aunque “tampoco el olvido a ultranza es saludable”; o se resienten, colmándose de un rencor sin límites que no encuentra otra vía de expresión más que el delito y, en consecuencia, aunque sólo para esos “delincuentes”, de las sombras los encaminan a un nuevo encierro: a la penumbra, otra vez a la penumbra, apenas mitigada por un minúsculo rayo de sol que, con excesiva dificultad, logra refractarse en el piso de la celda, “un lugar que no mide más de tres por tres metros, y sólo hay una hendija en lo alto de una de las paredes, por la que entra un poco de luz”.

La novela de Jackie Vidal es, como toda obra abierta que completa y reescribe el lector, un paseo en la montaña rusa de la justicia ciega, que nos balancea, nos agita, nos torna críticos y deseosos de opinar y es, por eso mismo, un motivo para que nos encontremos con nosotros mismos, para que lo que leamos se nos presente como “un espejo” de esos sentimientos y pensamientos que, atesorados en nuestro interior, nos permiten enfrentar la realidad de una sociedad acostumbrada a la impotencia. Sin embargo, acaso el personaje principal de Entre sombras, va más allá del atesoramiento, mucho más allá del descubrimiento de las verdades relativas de la sociedad. Claudio Sánchez se pone los atuendos de la justicia olvidada para ayudar a los “marginales” e intenta eliminar los gérmenes de un resentimiento que va in crescendo en su interior y que no responden al legado moral que le había dejado su padre. Se viste de guardián de la justicia, y canaliza sus desesperaciones y sus frustraciones como no vidente procurando encontrar un sitio más digno para todos aquellos que; en el decir de los “poderosos” son los “elementos” que los perpetúan en sus cargos, “son votos y (…) si cobran fuerza propia pueden volverse en contra”; y, en el decir del abogado guardián, son personas que necesitan un mano, dos manos, una denuncia, una investigación, una lámpara que ilumine sus vidas y revierta sus condenas: necesitan, y él lo sabe y por eso lucha, dejar de estar presos en el supuesto goce de la libertad individual que, de tal, solo tiene el nombre.

Leer Entre sombras es entonces una toma de posición del lector; un acto de valentía que lo hará pensar y cuestionar los actos del personaje principal y de los secundarios; y aún más: será una apertura mental que le permitirá traspasar las fronteras de sus cuestionamientos actuales para incorporar nuevas preguntas, nuevas respuestas, o nuevos silencios. Y le pasará al lector lo que a Claudio con sus limitaciones visuales: sentirá que hay algo que está delante de sus ojos, palabras que exceden el término, que los hará ver más allá al quebrar “una barrera inexpugnable que le dará un gran temor atravesar, a la par que le creará un deseo irrefrenable de hacerlo” Porque la lectura de la novela es, en cierto modo, lo que el recobrar la visión es para un ciego: “La visión amplía el espectro y hace que haya más de una versión para todo y eso provoca confusión”. Ese es el juego que propone Jackie Vidal, un juego en el que no hay contrincantes: sólo el narrador y el lector sentados frente a frente para intercambiar opiniones, polemizar sobre la historia del país, sobre la sociedad de nuestros días, sobre las circunstancias de vida y de no vida de muchas personas. Y, en otra lectura lúdica de las reglas propuestas por el narrador, se presentan los sentimientos “oscuros” como inevitables en su surgimiento y expresión aunque los personajes intenten frenar, sin lograrlo, a aquellos que los lastiman. En la novela de Jackie Vidal, esos sentimientos se postulan y deciden hacerse uno cuando la justicia no corrige lo que la venganza desterraría. Y si la venganza no se manifiesta, Claudio vuelve a quedarse entre sombras; Claudio Sánchez, el otrora guardián de la justicia, se queda preso en su interior como cuando “deambulaba por las calles con la desesperación de quien siente que ha perdido todo”.

La novela de Jackie Vidal es, en definitiva, una invitación a despejar las nubes negras que, a la altura de nuestros ojos, no nos dejan ver que somos un poco ciegos, que somos un poco carentes, que deseamos que existan guardianes que despejen las tinieblas y que profesen la justicia sin escollos ni corrupciones. Que deseamos que deje de caracterizarse como “discapacitado” a alguien que ha perdido la visión y que se resignifique el vocablo y sólo pueda utilizarse para hacer referencia a los que han perdido sus valores, a los que se han quedado sin escrúpulos, a los que beben y beben del agua de los marginados y, sin embargo, no les basta con ahogarlos, no les basta con sentenciarlos a que no puedan vivir sino entre las sombras. Así, la novela de Jackie Vidal es, página a página, un espejo de la sociedad, una forma de hacerse eco a la inquietud del personaje principal que, al recobrar la visión “No entiende cómo hace la gente para convivir en esta comunidad (…) travestida” Porque, en efecto, esta novela nos proporciona lo que tantas veces Claudio sugiere les falta a aquellos que “(…) tienen la cara tallada. Nada les provoca ni una mueca. La única expresión es de sumisión”, y que viven en lugares “donde no llega la mano de Dios”: el conocimiento, el conocimiento que los extrapolaría de esa posición, que les permitiría el ejercicio de una libertad sin tantas menguas ni acorralamientos políticos y que, en consecuencia, los sacaría de las sombras y del círculo vicioso que regenera la clase dirigente para subsistir. Y ya no sentirán que están “hechos de restos de cosas que nadie quiere”. Y Claudio Sánchez y nosotros sentiremos que muchos de quienes nos representan, y aun quienes se niegan a advertir el engaño que se difunde en la caverna, sufren de la peor de las cegueras: la que no permite vislumbrar y encausar las miserias que diagnostican y revelan la realidad de Entre Sombras y la realidad misma.

                                                                                   Gisela Vanesa Mancuso

 

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