Enmarcado por la orfandad, Cali despereza
su adolescencia. El personaje principal
es como un trébol en potencia; todavía sin tallo, todavía sin hojas, germina en
la tierra para asomarse tibiamente hacia la luz y hacia la verdad. A través de esa fotosíntesis, el sol
despliega sus rayos desde los dedos mismos del autor, quien cría y crea al
personaje sumiéndolo en un mundo narrado atiborrado de experiencias. Cali lo
toma de la mano. Jackie se deja llevar. Cree en su personaje. Crece con él.
Desde su pupitre, en el decir de
Saramago, lo admira como a un maestro. En estas páginas, Jackie lo suelta, lo
deja ir. Ve alejarse a ese Cali que surgió mientras él resurgía. Ese Cali que se asomó como un tallo. Que
liberó una hoja, y dos, y tres. Y ya adulto se enfatizó, arrastrando su suerte,
en La cuarta hoja del trébol.
Gisela V. Mancuso
EPÍLOGO
Un
rayo de sol entre las sombras
“-Y a continuación -seguí-, compara con la
siguiente escena el estado en que, con respecto a la educación o falta de ella,
se encuentra nuestra naturaleza”.
Platón en La República 514a.
“¿Vos ves? No, sólo sombras”.
¿A qué oscuridad, a qué penumbras, a qué discapacidades alude el narrador de Entre sombras? ¿Se limita a presentar al
lector las vicisitudes de un personaje no vidente que se siente castigado “sin
haber hecho nada”? ¿La narración se sustenta en la historia de un abogado no
vidente que intenta solapar su resentimiento; lográndolo en algunas instancias
de fe y de esperanza; potenciándolo, en otras, en las que la realidad le
demuestra que lo que no hace la justicia ciega lo hace el hombre impotente a
través de la venganza? No, en la novela de Jackie Vidal, las sombras no se circunscriben a aquellas
entre las que conviven las personas no videntes: en el accionar de su principal
personaje, el narrador ilumina con un rayo de sol literario, todos los
microclimas sociales, todos los grupos humanos que viven en la más extrema y
peligrosa oscuridad. Denuncia, a su vez, a aquellos otros grupos que se
confraternizan para exacerbar las penumbras en un afán de mantener un estatu quo que les permita preservar una
posición de poder o alcanzar una mayor “jerarquía”. Es así que, en el decir del
personaje principal, esa forma de alimentar el círculo vicioso de la miseria y del
hambre no revela otra cosa que la discapacidad de quienes operan con esa
finalidad; no revela sino que, detrás del velo de sus personalidades actuadas,
sólo existe un cúmulo de carencias, acaso insalvables; más graves, sin duda,
que la carencia de visión. Por otra parte, el narrador, y acaso el autor,
persuade a los lectores, a ese grupo inmenso que encuentra en sus elecciones
literarias una forma de acceder al mundo inteligible, invitándolos a huir de la
alegórica caverna de Platón. Los incita, en este sentido, a exponerse a ser
iluminados por un rayo de sol, o por muchos rayos de sol que le representen
diversas verdades, relativas todas, pero que, sin duda, no son aquellas que,
revistiendo el carácter de meras apariencias sensibles, se encuentran camufladas
en la penumbra, entre las sombras que se reflejan en el interior de la caverna
por el efecto de la luz de una hoguera. Y el narrador nos conquista: logra que,
en el paseo de la mirada, renglón por renglón, nos desprendamos del marco de un
paisaje dibujado, para hender los obstáculos con que se enfrenta Claudio
Sánchez, un abogado no vidente, cuyos sentimientos se sindican en un intento de
contrarrestar la marginación sufrida, y en una tentativa genuina de solapar la
discriminación que sufren aquellos que la sociedad descarta del grupo de los
“normales”. El lector, entonces, errabundea con el personaje no vidente acompañándolo en un viaje que, por la
atracción que genera cada perspectiva, no admite recreos: en cada estación, de
pronto, una carencia más se ilumina, una impotencia más se potencia, una
sociedad toda se nos va presentando entre sombras.
Los
que ven, pero no quieren ver. Los que ven, quieren ver, y luchan para que una
lamparita ilumine una oscuridad extrema. Los que no ven, e intentan insertarse
en el mundo laboral, en la sociedad, y obtienen respuestas de hombres videntes
que no ven nada y que, frente al bastón blanco del otro, se auto-declaran implícitamente
discapacitados. Y los que lo ven todo, o casi todo (y siempre desde un punto de
vista), y los enarbola el deseo por el mantenimiento de la dignidad; la
exaltación del valor de la justicia sin digitaciones ni corrupciones; la
asunción de las carencias y de las propias limitaciones, y la práctica
ambiciosa de valores como condición ineludible para ser más capacitado, más
digno, menos ciego.
En
la novela de Jackie Vidal lo imperceptible está lejos de ser aquello que
Claudio o Lola no pueden ver y es, justamente, lo que está delante de los ojos
de un vidente y, sin embargo, no puede percibirlo. Y lo perceptible es,
entonces, aquello que así se torna para los que potencian la función de la vista,
para aquellos que ven más allá de los contornos porque lo miran todo explorando
sus contenidos. Y es, fundamentalmente, lo que por la falta de visión, rozan,
huelen y escuchan los no videntes: los otros sentidos se apropian de la visión
que falta y se desarrollan de tal manera que hasta la seducción, la caricia
sexual, y el acceso carnal, se vuelven más elocuentes, menos delimitados por lo
que los ojos ven que por lo que las manos trazan en su movimiento y lo que ese
roce produce en el propio cuerpo y en el cuerpo del otro.
La
novela de Jackie Vidal es, entonces, una convocatoria a sumergirnos en una
lectura en la que cada renglón será un paso menos para salir definitivamente de
la alegórica caverna de Platón en la que todo lo que se ve y se refleja parece
verdadero porque esa es la percepción posible entre las sombras. Poco a poco
vamos saliendo de la oscuridad para enfrentarnos a la realidad sino del mundo,
sí de nuestro país; sino del país, sí de nuestra carenciada Buenos Aires en la
que “no todo es luminoso, muchas
cosas están entre sombras”. De manera
que, al igual que los prisioneros que logran salir de la caverna platónica y, al
regresar, ya no pueden negar lo que vieron ni dejarse embaucar por el reflejo
de figuras aparentes; leer Entre sombras puede
significarle al lector la adquisición de una nueva visión, de una nueva
posición irreversible frente a la realidad.
Asimismo,
el narrador nos revela la disyuntiva de sentimientos que se les presentan no
sólo al personaje principal sino también a todos los que, de una manera u otra,
son marginados en una sociedad que, por su enfermedad y discapacidad, perpetúa
el estado de indefensión de aquellos que, frente a la inoperancia de quienes
son representantes de sus auxilios, cuentan con dos opciones, y tantas veces
solo con una. O canalizan la bronca, y la inferioridad con que lapidariamente
se los sentencia en vida, de manera de superarse y sentir la pertenencia,
aunque “tampoco el olvido a ultranza es saludable”; o se resienten, colmándose
de un rencor sin límites que no encuentra otra vía de expresión más que el
delito y, en consecuencia, aunque sólo para esos “delincuentes”, de las sombras
los encaminan a un nuevo encierro: a la penumbra, otra vez a la penumbra, apenas
mitigada por un minúsculo rayo de sol que, con excesiva dificultad, logra
refractarse en el piso de la celda, “un lugar que no mide más de tres por tres metros, y sólo hay una hendija en lo alto de una de las paredes, por la que entra un poco de luz”.
La
novela de Jackie Vidal es, como toda obra abierta que completa y reescribe el
lector, un paseo en la montaña rusa de la justicia ciega, que nos balancea, nos
agita, nos torna críticos y deseosos de opinar y es, por eso mismo, un motivo
para que nos encontremos con nosotros mismos, para que lo que leamos se nos
presente como “un espejo” de esos
sentimientos y pensamientos que, atesorados en nuestro interior, nos permiten
enfrentar la realidad de una sociedad acostumbrada a la impotencia. Sin
embargo, acaso el personaje principal de Entre
sombras, va más allá del atesoramiento, mucho más allá del descubrimiento
de las verdades relativas de la sociedad. Claudio Sánchez se pone los atuendos
de la justicia olvidada para ayudar a los “marginales” e intenta eliminar los
gérmenes de un resentimiento que va in
crescendo en su interior y que no responden al legado moral que le había
dejado su padre. Se viste de guardián de la justicia, y canaliza sus
desesperaciones y sus frustraciones como no vidente procurando encontrar un
sitio más digno para todos aquellos que; en el decir de los “poderosos” son los
“elementos” que los perpetúan en sus cargos, “son votos y (…) si cobran fuerza
propia pueden volverse en contra”; y, en el decir del abogado guardián, son personas
que necesitan un mano, dos manos, una denuncia, una investigación, una lámpara
que ilumine sus vidas y revierta sus condenas: necesitan, y él lo sabe y por
eso lucha, dejar de estar presos en el supuesto goce de la libertad individual
que, de tal, solo tiene el nombre.
Leer
Entre sombras es entonces una toma de
posición del lector; un acto de valentía que lo hará pensar y cuestionar los
actos del personaje principal y de los secundarios; y aún más: será una
apertura mental que le permitirá traspasar las fronteras de sus cuestionamientos
actuales para incorporar nuevas preguntas, nuevas respuestas, o nuevos
silencios. Y le pasará al lector lo que a Claudio con sus limitaciones visuales:
sentirá que hay algo que está delante de sus ojos, palabras que exceden el
término, que los hará ver más allá al quebrar “una barrera inexpugnable que le dará un gran temor atravesar, a la par
que le creará un deseo irrefrenable
de hacerlo” Porque la lectura de la novela es, en cierto modo, lo que el
recobrar la visión es para un ciego: “La visión amplía el espectro y hace que
haya más de una versión para todo y eso provoca confusión”. Ese es el juego que
propone Jackie Vidal, un juego en el que no hay contrincantes: sólo el narrador
y el lector sentados frente a frente para intercambiar opiniones, polemizar
sobre la historia del país, sobre la sociedad de nuestros días, sobre las
circunstancias de vida y de no vida de muchas personas. Y, en otra lectura
lúdica de las reglas propuestas por el narrador, se presentan los sentimientos “oscuros”
como inevitables en su surgimiento y expresión aunque los personajes intenten
frenar, sin lograrlo, a aquellos que los lastiman. En la novela de Jackie
Vidal, esos sentimientos se postulan y deciden hacerse uno cuando la justicia
no corrige lo que la venganza desterraría. Y si la venganza no se manifiesta,
Claudio vuelve a quedarse entre sombras; Claudio Sánchez, el otrora guardián de
la justicia, se queda preso en su interior como cuando “deambulaba por las
calles con la desesperación de quien siente que ha perdido todo”.
La
novela de Jackie Vidal es, en definitiva, una invitación a despejar las nubes
negras que, a la altura de nuestros ojos, no nos dejan ver que somos un poco
ciegos, que somos un poco carentes, que deseamos que existan guardianes que
despejen las tinieblas y que profesen la justicia sin escollos ni corrupciones.
Que deseamos que deje de caracterizarse como “discapacitado” a alguien que ha
perdido la visión y que se resignifique el vocablo y sólo pueda utilizarse para
hacer referencia a los que han perdido sus valores, a los que se han quedado
sin escrúpulos, a los que beben y beben del agua de los marginados y, sin
embargo, no les basta con ahogarlos, no les basta con sentenciarlos a que no puedan
vivir sino entre las sombras. Así, la novela de Jackie Vidal es, página a
página, un espejo de la sociedad, una forma de hacerse eco a la inquietud del
personaje principal que, al recobrar la visión “No entiende cómo hace la
gente para convivir en esta comunidad
(…) travestida” Porque, en efecto, esta novela nos proporciona lo que tantas
veces Claudio sugiere les falta a aquellos que “(…) tienen la cara tallada. Nada les
provoca ni una mueca. La única expresión es de sumisión”, y que viven en lugares “donde no llega la mano de
Dios”: el conocimiento, el conocimiento que los extrapolaría de esa posición,
que les permitiría el ejercicio de una libertad sin tantas menguas ni acorralamientos
políticos y que, en consecuencia, los sacaría de las sombras y del círculo
vicioso que regenera la clase dirigente para subsistir. Y ya no sentirán que
están “hechos de restos de cosas que nadie quiere”. Y Claudio Sánchez y nosotros
sentiremos que muchos de quienes nos representan, y aun quienes se niegan a
advertir el engaño que se difunde en la caverna, sufren de la peor de las
cegueras: la que no permite vislumbrar y encausar las miserias que diagnostican
y revelan la realidad de Entre Sombras y
la realidad misma.
Gisela
Vanesa Mancuso
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