martes, 13 de noviembre de 2012

La teoría del Jacinto en mi libro Escritura de Urgencia Gisela Mancuso






La teoría del Jacinto
“[…] Yo siempre trato de escribir de acuerdo con el principio del témpano de hielo. El témpano conserva siete octavas partes de su masa debajo del agua por cada parte que deja ver. Uno puede eliminar cualquier cosa que conozca, y eso sólo fortalece el témpano de uno […].”
         Ernest Hemingway                                                                                            
Aunque ahora el mundo paralelo que emerge y resurge en las olas de la navegación virtual nos permite trasladarnos y conocer las características del Amazonas, de un glaciar, o de un volcán en erupción, cierto es que aquí, en Buenos Aires, no estamos cerca “realmente” de ningún iceberg. Digo “realmente” en tanto entiendo que el escritor o el artista se nutre, no solo de otras obras, sino también, y fundamentalmente, del material que inspira a través de los sentidos en contacto directo con aquello que le va a pedir prestado al mundo real para expirarlo, con sus particularidades y de un bostezo, en un papel o en un archivo en blanco del Word.
Y la referencia al iceberg tiene un sentido, como también lo tiene la circunstancia de que opte por hablar del Jacinto en lugar del iceberg.
Ernest Hemingway formuló la teoría del iceberg, una teoría según la cual un “buen” texto, un buen “cuento” que pretenda crear una atmósfera elocuente puede simbolizarse con la figura de ese  accidente geográfico. Es decir, no debe decirse todo ni explicarse todo al lector (esta sería la parte del iceberg hundida en el agua, escondida, pero sugerida en el bloque de hielo que se alza a la vista), y sólo debe mostrarse una parte, la ineludible, aquella a partir de la cual el lector no subestimado adoptará un papel activo, protagónico, y completará la obra.
Así, como en Buenos Aires hace frío, y baja aún más la sensación térmica cuando uno escribe sobre icebergs, se me ocurrió graficar, e intentar ampliar la teoría de Ernest amigándome con el bulbo de mi Jacinto, cuyas raíces se están despachando en un florero transparente, entre piedritas; en tanto en el bulbo, hacia arriba, la flor empieza a sugerir su belleza. La teoría del Jacinto dirá entonces que esas raíces que, en general, se desperezan bajo tierra y no se ven, son esas particularidades de una historia que el lector sabrá llenar con sus propias competencias lingüísticas, culturales, y empíricas, guiado por ese ramo de flores que “puede ver” (léase “leer”).
Colegimos así esta cuestión de que no es necesario explicar todo cuando escribimos una historia; sin embargo, no podemos proscribir nuestro libre albedrío: guiados por la imaginación y la percepción de nuestros sentidos (yo he necesitado ver el Jacinto para evocar el iceberg de Hemingway, y “repetirlo”, pero con cierta cuota genuina), en una primera etapa, y para no alterarnos con el seguimiento de ninguna teoría o “regla” de escritura, podemos explayarnos a gusto, hablar de las raíces del Jacinto, de cómo fueron creciendo, de cómo se entretejieron entre las piedras en la base del florero, de cómo se enmoheció el bulbo en contacto con el agua y, seguramente, en una etapa posterior, críticos con nuestro torbellino de ideas, sepamos dejar en lo visible, en el papel, en nuestra escritura, solo aquello que refiere a la flor. Muchas veces, en este afán por recortar, encontraremos que el preludio es innecesario y que todo lo que escribimos en las primeras páginas no fue más que el envión que necesitábamos para encontrar el comienzo de nuestra historia. Y no termina aquí el descubrimiento: probablemente hallemos en las raíces del Jacinto, o en las siete octavas partes de la masa del témpano (la oculta), otros tantos argumentos que no son desechables. Que son descartables solo para esa historia. La teoría del Jacinto propone, finalmente, al artista que no se deje embaucar solamente por la construcción del mundo que nos muestra internet: observar en vivo y en directo las raíces de esta flor o cualquier otra puede ser el disparador experimental para quebrar un período de hojas en blanco y cursores que laten al comienzo de la página sin que lo persiga ni una palabra.
Solo viendo a un Jacinto uno puede saber qué es para uno un Jacinto. Trasladado al papel, el Jacinto tendrá la particularidad de quien lo describe. Y en el bostezo de ideas, reducidas en el proceso de revisión, el aspirante a escritor encontrará sino su estilo, una aproximación hacia esa búsqueda de “mostrar” el mundo con sus palabras.

Gisela Vanesa Mancuso


 Gisela Vanesa Mancuso
Abogada U.B.A. Diploma de honor
Asistente de redacción - Escritora
Coordinadora de talleres literarios

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